La Caza
La mentira es tan elemental como el viento que resuella en el crepúsculo o la tierra que nutre los campos. Tener o no conciencia del mentir no veda la posibilidad de la mentira. Se miente por incontables y ancestrales causas; se miente por comida; se miente por enojo; se miente para mitigar un daño; se miente, incluso, por gusto.
Los efectos de la mentira bien pueden ser en algunos casos positivos y bien en otros -en la mayoría, y no soy ningún moralista- negativos. Tratar de ilustrar los últimos es el fin de Jagten (La caza) del inconstante pero muchas veces genial Thomas Vinterberg.
Lucas es un profesor de jardín de niños. Vive en un pequeño pueblo en el que todos se conocen y en el que prima un verdadero ambiente de camaradería; Lucas es profundamente estimado por sus congéneres y a pesar de que acaba de pasar por un turbulento divorcio, parece que su suerte empieza a mejorar. Entonces la fortuita mentira de una niña, Klara, la hija de su mejor amigo, lo coloca en medio de un infierno de impotencia y absurdidad; es acusado de abuso sexual.
Se desata la histeria colectiva, se expande la mentira -como dice el muy afortunado eslogan con el que se le hace promoción a la cinta-, seguimos paso a paso el proceso por el que se degrada a Lucas de un afable e incuestionable profesor a un ignominioso depravado sexual. Enfermo y pervertido, son algunos de los epítetos con los que la gente del pueblo hace alusión a Lucas.
Pero hay que atender un punto clave: el beneficio de la duda; no lo hay. La directora del jardín de niños no cree cuestionable la delación de la pequeña Klara, en cambio, la multiplica y la decora en su corrupta y cerrada mente. Importa más el lugar común de los niños siempre dicen la verdad que la vida y el prestigio de un hombre. Y el psicólogo que se supone debe desentrañar la mente y la imaginación de la pequeña, no hace sino inducir respuestas desfavorables, que la fantasía y el embrutecimiento de los adultos sólo revisten con sórdidas incongruencias.
¿Hasta que punto es justo y lícito creer a un niño?, es una de las preguntas que plantea Vinterberg y Tobias Lindholm, el co-escritor; ¿debemos dejarnos llevar por toda aseveración que sale de los labios de un párvulo o poner a prueba su veracidad?, es una cuestión harto controvertida y, por lo mismo, genial como argumento de un film.
Sospecho que el principal problema para Vinterberg, con tan espléndido argumento cinematográfico, fue indagar el desenlace; cómo desanudar un embrollo en apariencia sin solución, o al menos sin una solución que oscilara entre lo fácil y lo convencional. Esa pregunta la responde de una manera magistral, el final es perfecto y abrumador.
Jagten es un largometraje que está maravillosamente ejecutado. Las actuaciones de Mads Mikkelsen y Thomas Bo Larsen son absolutamente espectaculares, la fotografía de Charlotte Bruus es inigualable y la dirección de Thomas Vinterberg nos hace recordar al Vinterberg del esporádico movimiento Dogma 95, al Vinterberg de la magnífica y casi perfecta Festen (1998). No sé si Jagten es un film perfecto, lo que sí puedo asegurar es que es un film que frisa la perfección. Sin el mínimo afán de menospreciar a la triste y conmovedora Amour del maestro Haneke, me atrevo a decir que, desde mi particular punto de vista, Jagten es la mejor película del año.