You talkin' to me?

jueves, 20 de junio de 2013

Tabu (2012)

En alguna parte de un ensayo sobre Quevedo, Borges declara que no hay artista de fama universal que no haya amonedado un símbolo. Tenemos a Keats y el ruiseñor, a Blake y el tigre, a Melville y la ballena blanca, al mismo Borges y el laberinto.
     En Tabu, el director portugués Miguel Gomes quiere forjar su propio símbolo: el cocodrilo.*
    
El argumento del film no requiere mayor dilucidación: En el crepúsculo de su vida, una senil anciana (Aurora) ruega a su vecina (Pilar) que busque a un hombre que hasta entonces no figuraba en la aparente cotidianidad de su vida: Gian Luca Ventura. Al morir Aurora, Gian Luca Ventura relata a Pilar y a Santa (la criada de Aurora) la historia de amor infausto que presidió su juventud. Nos enteramos de la pérfida relación que mantuvieron Aurora y Ventura y del culpable de este amor furtivo: un pequeño cocodrilo (mascota de Aurora) que gustaba de ir a merodear al patio de Gian Luca.

El film de Gomes es una extraordinaria evocación del mejor cine en blanco y negro. Está estructurado en dos partes: Paraíso perdido y Paraíso. La primera parte relata la senilidad de Aurora y su muerte. La segunda, la gestación y el desarrollo de un amor prohibido en la región africana del Monte Tabú, cuyos protagonistas son la joven Aurora y el italiano Ventura. Hay un par de voces en off que narran la historia, y cada parte está filmada en un formato distinto, 35 mm y súper 16. Asimismo, nos encontramos con una propuesta vanguardista en la segunda sección de la película: se trata de una historia muda referida por la voz omniscia de Ventura, en la que de manera acertada se activan algunos sonidos del entorno: el encendido de un motor, la detonación de un arma, etc.
     El fondo y la forma del film se conjugan de tal modo, que en cada secuencia uno percibe esa inusual sensación que percibimos ante las obras maestras.

Plutarco entendía que el cocodrilo es el símbolo de la divinidad. En algunas regiones de Egipto se le consideraba un animal sagrado y se le tributaba. Miguel Gomes refiere una leyenda a manera de prólogo en su película: un hombre, desdichado por la muerte de su amada, se arroja a un pantano infestado de cocodrilos, convirtiéndose, de este modo, en uno de ellos. Desde entonces se ve a una inaccesible y espectral mujer acompañada fielmente por un abnegado cocodrilo.
     Para Miguel Gomes, el cocodrilo es (creo) el símbolo del amor y la desdicha.

El cine pocas veces da ejemplos tan acabados de maestría. Tabu de Miguel Gomes es sólo equiparable con Amour de Michael Haneke o con Like someone in love de Abbas Kiarostami. Es una de las joyas más brillantes de la cinematografía de los últimos años.


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*Escribir “Tabu” sin acento no es una falta de escrúpulos. Este es el título original del film. 

lunes, 3 de junio de 2013

Halley (2012)

Ovidio recoge en sus Metamorfosis una admirable mitología que ocupa, y acaso desarrolla, un solo argumento fantástico: la transformación. Uno de los pocos relatos que Franz Kafka publicó en vida se halla bajo el rótulo de Die Verwandlung (La Metamorfosis); y narra el intranquilo despertar de un hombre convertido en un repugnante insecto. El decimonónico escritor Robert Louis Stevenson formuló en Dr. Jekyll & Mr. Hyde la abrumadora historia de un escueto científico que, bajo los efectos de una poción mefistofélica, se transforma en un ser despreciable y bestial. Heráclito ya entreveía que uno de los destinos del hombre es el cambio.

El cine y la literatura abundan en el ecuménico tema del cambio, de la transformación, de la metamorfosis. Cronenberg, Kipling, Cortázar (muchas veces Cortázar), Wells y Carlos Fuentes, son autores que, de algún modo, han incurrido en este fantástico concepto.*

La nota introductoria quiere develar el argumento de Halley del director mexicano Sebastián Hofmann.
     Te llamas (te llaman) Beto, eres el guardia nocturno de un gimnasio, te estás pudriendo. Tu piel se cae a girones, tus ojos se han puesto blancos, tu cuerpo pútrido hiede y de él emergen pequeñas larvas mosquiles que se han alimentado de tu dermis decadente. Posees un riguroso sentido del orden que contrasta con tu detrimento corporal. El profuso talco, el ampuloso maquillaje y los ruidosos perfumes ya no pueden ocultarlo: estás muerto.

El film de Hofmann posee, por lo menos, dos lecturas: una fantástica y una simbólica. La primera quiere significar la abominable y paulatina metamorfosis de Beto: su lenta y abyecta transformación de hombre a zombie, para utilizar la nomenclatura hoy en boga. La segunda me  evoca una línea de Borges: El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos. Deliberadamente utilicé la segunda persona del singular en la reseña; Tú, de algún modo, estás muerto. Todos estamos muertos: nacemos muertos, crecemos muertos y morimos muertos. El filósofo irlandés George Berkeley entendió que los hombres somos entidades ilusorias, fantasmas. En pocas palabras, vivimos sin vivir. (Quizá Giovanni Papini lo dilucida mejor en su relato El reloj detenido a las siete.)
      Una tercera lectura podría sostener una postura misantrópica: la vida como enfermedad. Sospecho que algo parecido a lo que le sucede a Beto nos ocurriría si Sísifo volviera a aherrojar a la muerte.

Halley, como las obras de Kafka, puede interpretarse de múltiples modos. El argumento prolifera y se bifurca en infinitas exégesis.
      Además de una bizarría exquisita, el film posee ese aire de ambigüedad que encumbró a David Lynch y engendró a Cronenberg. Es una historia digna de Poe  y que seguramente le habría quitado el sueño a Chesterton (al Chesterton de Daylight & Nightmare).

Asistimos a un lugar desolador y pútrido: la Ciudad de México. Una ciudad suele ser la imagen de sus habitantes. Una ciudad de muertos, de descarnados, de zombies, no es sino un cementerio, un pudridero o un Mictlán.
     Yo no sé si esta es la idea que tuvo Hofmann al realizar esta película. Al fin y al cabo, cada quien le confiere el significado que más le conviene.



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*Véase: The Fly (Cronenberg), The mark of the beast (Kipling), Axolotl (Cortázar), Chac Mool (Fuentes).