You talkin' to me?

lunes, 3 de junio de 2013

Halley (2012)

Ovidio recoge en sus Metamorfosis una admirable mitología que ocupa, y acaso desarrolla, un solo argumento fantástico: la transformación. Uno de los pocos relatos que Franz Kafka publicó en vida se halla bajo el rótulo de Die Verwandlung (La Metamorfosis); y narra el intranquilo despertar de un hombre convertido en un repugnante insecto. El decimonónico escritor Robert Louis Stevenson formuló en Dr. Jekyll & Mr. Hyde la abrumadora historia de un escueto científico que, bajo los efectos de una poción mefistofélica, se transforma en un ser despreciable y bestial. Heráclito ya entreveía que uno de los destinos del hombre es el cambio.

El cine y la literatura abundan en el ecuménico tema del cambio, de la transformación, de la metamorfosis. Cronenberg, Kipling, Cortázar (muchas veces Cortázar), Wells y Carlos Fuentes, son autores que, de algún modo, han incurrido en este fantástico concepto.*

La nota introductoria quiere develar el argumento de Halley del director mexicano Sebastián Hofmann.
     Te llamas (te llaman) Beto, eres el guardia nocturno de un gimnasio, te estás pudriendo. Tu piel se cae a girones, tus ojos se han puesto blancos, tu cuerpo pútrido hiede y de él emergen pequeñas larvas mosquiles que se han alimentado de tu dermis decadente. Posees un riguroso sentido del orden que contrasta con tu detrimento corporal. El profuso talco, el ampuloso maquillaje y los ruidosos perfumes ya no pueden ocultarlo: estás muerto.

El film de Hofmann posee, por lo menos, dos lecturas: una fantástica y una simbólica. La primera quiere significar la abominable y paulatina metamorfosis de Beto: su lenta y abyecta transformación de hombre a zombie, para utilizar la nomenclatura hoy en boga. La segunda me  evoca una línea de Borges: El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos. Deliberadamente utilicé la segunda persona del singular en la reseña; Tú, de algún modo, estás muerto. Todos estamos muertos: nacemos muertos, crecemos muertos y morimos muertos. El filósofo irlandés George Berkeley entendió que los hombres somos entidades ilusorias, fantasmas. En pocas palabras, vivimos sin vivir. (Quizá Giovanni Papini lo dilucida mejor en su relato El reloj detenido a las siete.)
      Una tercera lectura podría sostener una postura misantrópica: la vida como enfermedad. Sospecho que algo parecido a lo que le sucede a Beto nos ocurriría si Sísifo volviera a aherrojar a la muerte.

Halley, como las obras de Kafka, puede interpretarse de múltiples modos. El argumento prolifera y se bifurca en infinitas exégesis.
      Además de una bizarría exquisita, el film posee ese aire de ambigüedad que encumbró a David Lynch y engendró a Cronenberg. Es una historia digna de Poe  y que seguramente le habría quitado el sueño a Chesterton (al Chesterton de Daylight & Nightmare).

Asistimos a un lugar desolador y pútrido: la Ciudad de México. Una ciudad suele ser la imagen de sus habitantes. Una ciudad de muertos, de descarnados, de zombies, no es sino un cementerio, un pudridero o un Mictlán.
     Yo no sé si esta es la idea que tuvo Hofmann al realizar esta película. Al fin y al cabo, cada quien le confiere el significado que más le conviene.



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*Véase: The Fly (Cronenberg), The mark of the beast (Kipling), Axolotl (Cortázar), Chac Mool (Fuentes).

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