Ovidio recoge en sus Metamorfosis una admirable mitología que ocupa, y acaso desarrolla,
un solo argumento fantástico: la transformación. Uno de los pocos relatos que
Franz Kafka publicó en vida se halla bajo el rótulo de Die Verwandlung (La Metamorfosis);
y narra el intranquilo despertar de un hombre convertido en un repugnante
insecto. El decimonónico escritor Robert Louis Stevenson formuló en Dr. Jekyll & Mr. Hyde la abrumadora
historia de un escueto científico que, bajo los efectos de una poción
mefistofélica, se transforma en un ser despreciable y bestial. Heráclito ya
entreveía que uno de los destinos del hombre es el cambio.
El cine y la literatura abundan en el
ecuménico tema del cambio, de la transformación, de la metamorfosis. Cronenberg,
Kipling, Cortázar (muchas veces Cortázar), Wells y Carlos Fuentes, son autores
que, de algún modo, han incurrido en este fantástico concepto.*
La nota introductoria quiere develar el
argumento de Halley del director mexicano
Sebastián Hofmann.
Te llamas (te llaman) Beto, eres el guardia
nocturno de un gimnasio, te estás pudriendo. Tu piel se cae a girones, tus ojos
se han puesto blancos, tu cuerpo pútrido hiede y de él emergen pequeñas larvas mosquiles
que se han alimentado de tu dermis decadente. Posees un riguroso sentido del
orden que contrasta con tu detrimento corporal. El profuso talco, el ampuloso
maquillaje y los ruidosos perfumes ya no pueden ocultarlo: estás muerto.
El film de Hofmann posee, por lo menos, dos
lecturas: una fantástica y una simbólica. La primera quiere significar la
abominable y paulatina metamorfosis de Beto: su lenta y abyecta transformación
de hombre a zombie, para utilizar la
nomenclatura hoy en boga. La segunda me
evoca una línea de Borges: El
hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos. Deliberadamente
utilicé la segunda persona del singular en la reseña; Tú, de algún modo, estás
muerto. Todos estamos muertos: nacemos muertos, crecemos muertos y morimos
muertos. El filósofo irlandés George Berkeley entendió que los hombres somos
entidades ilusorias, fantasmas. En pocas palabras, vivimos sin vivir. (Quizá
Giovanni Papini lo dilucida mejor en su relato El reloj detenido a las siete.)
Una tercera lectura podría sostener una
postura misantrópica: la vida como enfermedad. Sospecho que algo parecido a lo que
le sucede a Beto nos ocurriría si Sísifo volviera a aherrojar a la muerte.
Halley, como las obras de Kafka, puede
interpretarse de múltiples modos. El argumento prolifera y se bifurca en infinitas
exégesis.
Además
de una bizarría exquisita, el film posee ese aire de ambigüedad que encumbró a
David Lynch y engendró a Cronenberg. Es una historia digna de Poe y que seguramente le habría quitado el sueño a
Chesterton (al Chesterton de Daylight
& Nightmare).
Asistimos a un lugar desolador y pútrido: la
Ciudad de México. Una ciudad suele ser la imagen de sus habitantes. Una ciudad
de muertos, de descarnados, de zombies,
no es sino un cementerio, un pudridero o un Mictlán.
Yo
no sé si esta es la idea que tuvo Hofmann al realizar esta película. Al fin y
al cabo, cada quien le confiere el significado que más le conviene.
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*Véase: The Fly (Cronenberg), The mark of the beast (Kipling), Axolotl (Cortázar), Chac Mool (Fuentes).
¡Hasta que llegó a México! La iré a ver sin duda.
ResponderEliminarEs un film muy recomendable.
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