
Cuando alguien me dijo que Bestias del sur salvaje pertenecía al género del realismo mágico pensé, inevitablemente, en Gabriel García Márquez (elementos mágicos o sobrenaturales interpolados en la realidad como si estos siempre hubieran sido parte de ella), pero más bien me recuerda, de un modo vago, a Faulkner (el sur, el Mississippi, las marismas proverbiales, el monólogo interior [que en la cinta viene siendo la voz en off], etc.).
Lo anterior es una vieja manía de asociar imágenes literarias a trabajos cinematográficos. Sin embargo, sería injusto aseverar que la escritora del libro en el que se fundamenta la película nunca leyó a García Márquez o a Faulkner; tal vez lo hizo y tal vez están presentes, no sé. En suma, yo colocaría el film bajo el género del realismo alegórico o del realismo onírico (si es tolerable el oxímoron).
Me quedo con el primero.
Hushpuppy, una pequeña niña de color, pervive, junto a su padre, en una recóndita localidad pantanosa; lleva una vida rudimentaria y su madre (por una razón que desconocemos; ¿está muerta? ¿es la mujer que conoce en la mancebía?) no vive con ella. Su padre es un hombre tosco, necio, alcohólico, rústico y está enfermo de una misteriosa enfermedad. Es un hombre que descree de la debilidad y el sentimentalismo, valores, a saber, que le inculca en cada momento a Hushpuppy para que, cuando éste muera, pueda ser autosuficiente y cuidarse sola. Una devastadora tormenta asola y anega la localidad de Hushpuppy y se ven forzados, junto a algunos residentes que deciden permanecer a pesar del huracán, a buscar comida entre los escombros y el agua oscura, negándose, por una vieja creencia sureña, a abandonar su hogar e ir a un refugio en la ciudad.
Las enormes bestias (asemejadas a gigantes jabalíes) surgidas del deshielo, fungen como alegoría del pensamiento de Hushpuppy.
Benh Zeitlin, director de ésta multipremiada ópera prima, opta, con mucha fortuna, por la cámara al hombro y el lirismo visual. Siendo algo difícil al comienzo por los bruscos movimientos de la cámara que sigue los pasos de Hushpuppy, la película te va sumergiendo en el vaivén de un mundo urdido por la mente de la niña. Las imágenes brutales no dejan de poseer su encanto, como la poesía de Baudelaire. Y la voz en off de Hushpuppy desentraña el carácter filosófico de su pensamiento, una filosofía, a decir verdad, rudimentaria, agreste, pero no por eso inferior. Quizás hasta plagada de rasgos Nietzscheanos.
Quvenzhané Wallis (Hushpuppy) es un agradable descubrimiento; maneja a la perfección el personaje y los ritmos de la trama. El fotógrafo Ben Richardson, merecedor de la Cámara de Oro en Cannes, recrea con facsimilitud el mundo fantástico de la historia. La banda sonora, a cargo de Dan Romer y el mismo Zeitlin, es uno de los estilóbatos primordiales del film. La película es, presumiblemente, uno de los más grandes logros que el cine independiente ha dado a la cinematografía mundial.
Mejor película en Sundance, mejor ópera prima en Cannes y multinominada al Oscar, Beasts of the southern wild termina siendo una gran cinta sentimental que no incurre en sentimentalismos. Es la prueba fidedigna de que en el cine independiente también hay maestría.
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